Comentario
Esta guerra total, que a todos alcanzaba, había tenido un teórico, el general italiano Douhet, que concibió la idea de reducir una nación por el bombardeo sistemático de sus ciudades. Quedaba por comprobar, sin embargo, qué grado de destrucción se podría conseguir desde el aire, y los efectos de los bombardeos sobre la resistencia popular.
Al principio, la guerra aérea no fue más que un apoyo de las acciones llevadas por tierra y por mar. Después tomó, prolongadamente, su propia entidad.
A excepción de ciertos episodios del principio, la primera fase duró de octubre de 1940 a febrero de 1942. La aviación alemana sometió Londres y otros centros industriales británicos a sus bombardeos nocturnos cuando hubo perdido toda esperanza de invadir Gran Bretaña. A su vez, llevaron incursiones de terror en Holanda (destrucción completa de un barrio de Rotterdam) y en Francia, que sin duda minaron la moral de estos pueblos.
Como resultado de esta estrategia alemana de 1940, ingleses, y después americanos, emplearon el bombardeo estratégico de manera hasta entonces desconocida. Aislados en la isla, los ingleses prefirieron los ataques aéreos a la inacción, por su parte, y en consecuencia, ingleses y alemanes quedaron empeñados en una rivalidad de bombardeos nocturnos, más o menos promiscuos, en los que la destrucción ciega pasó a formar parte de los hábitos de combate.
Ninguno de los combatientes había pensado en la utilización independiente del espacio aéreo. A lo largo de la "guerra relámpago", entre agosto de 1940 y mayo de 1941, la aviación alemana arrojó unas 50.000 toneladas de bombas sobre Inglaterra, matando a unos 40.000 civiles. El bombardeo no consiguió debilitar los ánimos de la población, ni tampoco la actividad económica.
Entablada la batalla de Inglaterra en los aires desde mediados de julio de 1940, a los "raids" diurnos se sumaron en septiembre los nocturnos, que preferían los núcleos habitados a los objetivos de carácter militar. La voz "coventrizar", inventada por la radio enemiga, simbolizaba el destino de las ciudades inglesas, que el alemán se proponía destruir, al igual que había hecho con Coventry.
Londres soportó el mayor peso. Durante 57 noches consecutivas, del 7 de septiembre al 2 de noviembre, Londres fue bombardeada sin cesar del anochecer al amanecer; pero a la mañana siguiente, los londinenses estaban en sus puestos de trabajo, mostrando disciplina y resolución.
Durante los bombardeos, patrullas especiales de voluntarios recorrían las calles, colocando letreros a heridos y muertos para que las fuerzas militares y las ambulancias los identificasen con mayor brevedad, y les condujeran a sus destinos respectivos. Los más de 14.000 muertos y 20.000 heridos en Londres por los bombardeos no bastaron para producir la desmoralización buscada.
Entre enero y mayo de 1941, en combinación con la guerra submarina, fueron bombardeados los principales puertos. El 1 de mayo, en Liverpool, hubo 3.000 muertos y 76.000 personas perdieron su vivienda y quedaron en la calle. El 10 de mayo siguiente se originaron 2.000 incendios sobre la capital, Londres. Hasta que la apertura de las hostilidades en Rusia no volviera hacia el Este a la aviación alemana, los ingleses no podrían respirar tranquilos.
Por su parte, la Royal Air Force, durante los dieciocho primeros meses de la guerra, también procedió de manera localizada, bombardeando de noche, y preferentemente centros industriales. Tampoco sufrieron gravemente ni la moral ni la propia industria alemanas.
Desde la primavera del 42, con mayor capacidad de destrucción, los "raids" sobre Alemania se hicieron más eficaces y renovaron su impulso. Mil bombarderos sobrevolaron Colonia, y Hamburgo sufrió los tristemente célebres "raids" incendiarios.
Más del 80 por 100 de las aproximadamente 60 ciudades alemanas que contaban con más de 100.000 habitantes fueron destruidas o fuertemente alcanzadas. Con gran precisión, la aviación norteamericana tuvo entonces un importante papel.
La Conferencia de Casablanca (enero de 1943) institucionalizó esta estrategia de destrucción aérea. Estados Unidos y Gran Bretaña se disponían a "destruir y desmembrar la organización militar, industrial y económica del país, así como minar la moral del pueblo alemán hasta el punto de infligir un golpe mortal a la resistencia armada".
En dicho año se lanzaron sobre Alemania 120.000 toneladas de bombas, que causaron 103.000 víctimas. Al finalizar la guerra habían sido destruidos 3.600.000 edificios en las mayores 60 ciudades, pereciendo 500.000 civiles y dejando a la intemperie a 7.500.000 personas.
Tampoco entonces la población alemana -y al contrario de lo que temía Goebbels, alarmado por la posibilidad de que cundiera un pánico total- desfalleció en el esfuerzo de guerra: el índice de producción total de Alemania en 1943 sobrepasó en más del 50 por 100 el del año anterior, y en 1944 se elevó todavía en un 25 por 100.
La moral siguió, pues, alta en ambos bandos. Y ello dando por descontado un estado general de angustia entre la población, al que no escapaban tampoco los soldados, sabedores de los terribles problemas a que se hallaban expuestas sus familias. A pesar de ello, no provocó entre las poblaciones, de manera sensible ni directa, el deseo de exigir la paz.
En Extremo Oriente, el bombardeo intensivo de Japón por los norteamericanos comenzó en noviembre de 1944; entonces los "raids" fueron de poca importancia, pero a partir de marzo de 1945 se arrojaron sobre Japón 43.000 toneladas de bombas al mes. Quedaron destruidas millones de viviendas, y se produjo una emigración masiva de las poblaciones urbanas hacia el campo; la industria se paralizó.
El 6 de agosto se lanzó sobre Hiroshima la primera bomba atómica, y el 9 la segunda sobre Nagasaki. Las dos mataron a 111.000 personas, y produjeron otros muchos heridos. El horror, ahora, era infinito.
Tampoco hay que minimizar, como se ha hecho tantas veces, la capacidad destructora de los bombardeos, por mucho que la población se enfrentara a ella con firmeza. Ni mucho menos ocultar la progresión desesperada con que se acudía al recurso desde el aire: si las víctimas en Francia, por este motivo, fueron relativamente reducidas, el ataque a la ciudad de Dresde, llena de fugitivos, el 13 de febrero de 1945, produjo aproximadamente un cuarto de millón de muertos.